“BLUMBERG” DESPUES DE ¡BLUMBERG!
(O, como mediatizar el dolor y construir un sujeto político en el proceso)

I. INTRODUCCION

Señala Alain Badiou que la Política (así, con mayúsculas) ya no es posible en los tiempos que corren. “El voto solo cambia a los apoderados”, dice, citando a Marx cuando este dice que “los gobiernos son los apoderados del capital”.

“No hay un solo ejemplo en todo el mundo de verdadero cambio político producido por el voto”, insiste Badiou; y concluye “El voto, entonces, no es un acto político. Es un acto importante, pero es un acto estatal. Y entonces hay que diferenciar al acto político del acto estatal” (el subrayado es nuestro).

Es verdad que ésta es la visión de un neo-neomarxista que busca reformular las tesis centrales del materialismo histórico en medio del mar, virulento y frívolo, de una posmodernidad que no vacila en declarar, como verdad absoluta, que no existen las verdades absolutas y en el mismo acto relativiza al infinito toda posibilidad de conocimiento positivo (lo que equivale a anular toda posibilidad de conocimiento y la noción misma de conocimiento, sin aportar nada a cambio excepto una vaga sugerencia de “perspectivas” y de “metáfora” que utiliza, y traiciona descaradamente, la idea Nieztchiana de “ficción útil”). Pero es justamente esta condición de coyuntura lo que hace de la visión “Badiouiana” una visión valiosa. Y también la que puede contribuir a una interpretación del “Fenómeno Blumberg” como intervención mediática en la política.

En la visión de Badiou, “el voto no es un acto político en tanto sólo cambia a los ejecutivos del poder sin cambiar ni el modelo ni la finalidad de éste. Es un acto estatal y “acto estatal” no es un verdadero momento de libertad. Un verdadero acto político debe tener dos condiciones: debe ser libre en su forma y debe ser libre en su contenido”. Y esta proposición, si admitimos que “acto político” es el fiat lux de la constante constitución de la Polis (noción importante a este análisis: la polis como un algo en estado constante de constitución y no como algo constituido y fijo), debe ser admitida: no hay creación mediante la reiteración de lo ya creado.

Un acto político, así pensado, según Badiou crea su propio tiempo. El voto se ejerce un día determinado, predeterminado. Reiterando así su condición, o sea repitiendo. El verdadero acto político determina su propio momento de existencia: hoy, que no es un día de votos o actos, haremos una manifestación, un acto, un reclamo. Y también, el verdadero acto político, construye su propio lugar (o resignifíca alguno): aquí, a esta calle, que fue hecha para transitar, cuya razón de ser es el permitir el tránsito, la constituiremos en un lugar de significación política.

Pero la Política (de nuevo con mayúsculas), dice Badiuo; solo existe si hay movimiento, acción. De lo contrario sólo hay orden, o sea reiteración de lo ya establecido, recambio de gerentes. Y una acción colectiva se constituye en movimiento si cumple dos condiciones:

“En primer lugar esta acción no está prevista ni regulada por la potencia o el poder dominante y sus leyes. Entonces, esta acción tiene algo imprevisible. Es decir, es una acción colectiva que rompe con la repetición” ;

Y la segunda condición para un movimiento es que “proponga hacer un paso más, hacia delante, con respecto a la igualdad. Es decir, si lo decimos en otras palabras, la consigna de un movimiento, lo que dice, lo que está proponiendo, va de una manera muy general en el sentido de una mayor igualdad”.

“Un movimiento entonces es algo que interrumpe el curso común de las cosas, y es algo que propone que vayamos hacia la igualdad. Al menos en un punto determinado.”(el subrayado es nuestro porque quizás falta aclarar la de definición de “en un punto determinado” y consideramos que ya que esta definición no nos es ofrecida, el autor autoriza cierta libertad interpretativa).

Por otra parte, entiende la política del siglo XX como constituida por tres patas: el movimiento, el (los) partido/s político/s y el estado. Entiende que para nuestra concepción de la política el partido es el intermediario entre el movimiento y el estado; no pudiendo ser el movimiento el Sujeto Político se crea la necesidad del partido para que cumpla esta función. Y, por lo tanto “ el movimiento en sí mismo no puede ser un sujeto político. El movimiento es el punto de partida de una política, pero es necesario construir un sujeto político particular que represente el poder del movimiento. Y a eso se le llamó partido”. Aquí una discrepancia con el autor: en la historia de la constitución de los estados burgueses ha habido además de movimientos y partidos, otras formas - por ejemplo en la constitución del Laborismo Ingles.

La crisis de la política en este Fin de siglo es, antes que nada, la crisis de la idea de partido, sostiene, y los “acontecimientos” como el caso Blumberg son la puesta “en acto”, dramática, de esta crisis. La pregunta obligada entonces es: “si los partidos, como mediadores entre el movimiento y el estado han caducado, cual es el modelo correcto? ¿Es posible una relación directa entre el movimiento y el estado o, si debe haber un tercer término, una mediación, que a su vez no sea un partido político, cual es, qué podría ser, este tercer término”.

Quizás sea necesaria en este punto una aclaración: la institución del partido político no es condición de posibilidad de la democracia, es solo un modo de ésta y no su fundamento, en todo caso solo es condición de posibilidad de la “democracia representativa con base en los partidos políticos”, solución dudosa (por no decir sospechosa) de las sociedades de masa que llegaron a su existencia de la mano de (o bajo la égida de) los “grupos de poder”. Y también debe decirse que dentro de la categoría “partido político” (mas allá de cuáles sean sus presupuestos ideológicos, los modos y las mecánicas de validación de sus determinaciones internas, etc.) es necesario incluir, sin distinción, a los partidos parlamentarios, al partido Nazi, al partido Stalinista, al partido Humanista, etc. etc. Toda la política del siglo XX ha sido primero “política de partidos” y después “políticas de estado” e inversamente la política de los “partidos” esta subordinada al estado en tanto que, sea del signo que sea el partido, su finalidad es instalarse en el Estado, determinante que condiciona a todo y cualquier partido. En general la política del siglo XX ha sido una política hacia el estado, mientras que la política del siglo XIX , con base en los movimientos sociales, fue una política contra el estado en tanto este no estaba gerenciado por una representación con base en el movimiento social o en algunos de sus grupos consensuales. Ambos modelos han caducado. Esta es, en síntesis, la tesis fuerte de Badiou y nuestro primer presupuesto teórico

No se trata de una política sin organización, dice “pero hay que diferenciar la organización del partido. Como pueden entenderlo, partido es la idea de una subordinación de la política a la representación dentro del Estado”. El problema aquí es que cuando la política, en la forma de un partido político, asume el estado éste la anula porque el estado es constitutivo del partido en tanto éste está basado en la lógica del poder que sólo detenta el estado. Y el estado, en este final de siglo, ha terminado por ser solo un funtivo del mercado.

En la concepción del siglo XX, la política, una política cualquiera, para realizarse necesita del estado, de su poder y por lo tanto es esclava de éste en tanto debe, fatalmente apropiárselo. “¿Pero,” se pregunta Badiou, “es posible un modo de la política que no dependa del estado’”, no digamos de una forma de poder, y que pueda ser, como decíamos arriba, “constitutiva de la Polis”?

No es esa la verdadera pregunta. Lo que quizás el caso Blumberg ilustra, y propone para la reflexión, es que debemos repensar la relación entre movimiento y política, y también la relación entre política y estado incluyendo en ambos el rol de los medios de comunicación. Es decir poner en duda el “partido político” como único sujeto político posible e integrar la idea de “movimiento”. Blumberg frente a 150.000 personas no constituyen un partido político ni es un candidato a ocupar una porción de poder dentro del estado y sin embargo es un sujeto político en tanto actor determinante en ese dominio de validez: todos los partidos políticos fueron forzados a considerar este acontecimiento en la formulación de sus políticas inmediatas (o sea en aquello que los actualiza como partidos) y el estado fue obligado a reformular su legislación (o sea aquello que lo constituye como estado). Fue un movimiento social y un acontecimiento. Pero ésto fue posible porque, a diferencia del estado, cuyo tiempo es el tiempo de la economía y cuyo espacio es el lugar de la representación (y en tanto ésto no es un estado sometido al mercado sino determinado por el mercado), no sucedió en un momento predeterminado institucionalmente ni en un lugar de significación política preestablecido. Fue el mismo movimiento el que validó un “dónde” un “cuándo” decidido por el blumber empírico pero construidos en el imaginario colectivo por los medios los que lo simbolizaron.

No tuvo por objetivo el control del estado (ni como oficialismo ni como oposición) sino modificar la polis, o sea redefinir algunas de las normas que la constituyen como tal, o sea un “sujeto político” de pleno derecho.

Así, Blumberg, el sujeto singular y empírico, mediatizado en ¡Blumberg! la simbolización mediatizada masivamente de la victima de la delincuencia se convirtió en “Blumberg”, la representación actuante de un consenso.

Eso: una política que se constituye como determinante de la polis y no como vehículo hacia el control del poder estatal, quizás sea el modo de la política del siglo XXI. Pero sólo es digna de ese nombre, Política, aquello que sea constitutivo de la polis, y esto sólo lo cumple un movimiento, nunca un partido. Todo movimiento mide y muestra el verdadero nivel de poder que tiene un estado. Como dijimos antes, a Blumberg le bastaron 20 minutos de discurso para obligar al estado a modificar sus leyes. Este es el limite que un movimiento, un acontecimiento, le pone al sistema de partidos, al partido político en tanto sujeto político y al estado en tanto estructura de poder.

Es lógico que esto sea así: el partido sólo existe en tanto exista un movimiento al que representa y el estado solo existe en tanto superestructura social. Lo que Blumberg mostró, lo que puso “en drama” fue la crisis de representación: los partidos políticos, cuya razón de ser es su función “representativa”, no representan la demanda del consenso. Es inútil discutir aquí si esta demanda es de ”derecha”, “filo nazi” o lo que sea. Sería ridículo limitar la noción de “consenso” sólo a aquello cuyos componentes ideológicos sean de centro izquierda. A lo largo de la historia del siglo XX han existido muchos “consensos de derecha” tales como el 38% de los votos que obtuvo el partido Nazi en 1932 o el referéndum de Pinochet para continuar dos años mas en el poder que obtuvo mas del 50%. Lo que importa a este estudio es rol funtivo que tuvo ¡Blumberg!, en tanto mediatización en “Blumberg” en tanto sujeto político.

Existen dos preguntas cruciales, entendemos, que deben hacerse anteS de poder responder a la planteada por el Dr. Badiou:

La primera, que responderemos brevemente y como parte del marco teórico de este trabajo es ¿Cuál/es es/son el/los fundamento/s de esta “crisis de representación”? Aquí Badiou se detiene antes de tiempo. Le alcanza, con detectar el primer nivel causal del fenómeno, en esto es moderno. Pero decir que los partidos políticos son ya inviables porque hay una “crisis de representación” o que “hay un crisis de representación” porque los partidos son inviables es ingenuamente tautológico.

Lo que está en crisis no es el sistema de representación sino la subjetividad que lo constituyó como tal. Es ésta la que se ha modificado. Los partidos políticos, o dicho con más propiedad, la democracia con base en los partidos políticos como sujetos políticos, sólo era posible para un mundo basado en la subjetividad moderna. O sea una subjetividad de la certeza, es ésto lo que permitió la construcción de consensos y fueron éstos los que permitieron la constitución de partidos políticos que representaban esos consensos y los articulaban con el poder del estado.

Y tampoco es correcto decir que la “subjetividad está en crisis”, simplemente deviene y, como todo devenir, procede por saltos cualitativos. Esto no es lo mismo que una crisis.

Veamos, hasta mediados del siglo XX el hombre se explicaba su lugar en el mundo, la constitución de éste, el sentido de sus acciones y el sentido de las acciones de los demás, con base en un conjunto de certezas. Los famosos “paradigmas de la modernidad”. Había verdades incuestionables. Es cierto que algunas o muchas eran contradictorias unas con otras, pero bastaba asumir un conjunto más o menos coherente de ellas para poder hacernos una idea operativa de nuestro lugar en el mundo y el sentido de nuestra vida, de nuestras acciones y del valor de nuestros juicio. Y también esta certeza se extendía a la vida social: era previsible La ciencia era la herramienta para construir la felicidad del hombre, por ejemplo; después vino la bomba de Hiroyima, producto científico. Estados Unidos era el imperio invulnerable; después cayeron las torres gemelas. En el medio siglo que trascurre entre uno y otro evento el modelo de la Modernidad se derrumba arrastrando en su caída todas las certezas que lo constituían, la subjetividad, tanto social como individual, que tenía su fundamento en estas certezas y las instituciones de representación en las que aquella se realizaba como sujeto político. Este es el segundo presupuesto teórico de nuestro análisis.

Una democracia que requiere para su funcionamiento de la vigencia de partidos políticos que sólo se pueden constituir como representantes de consensos requiere que primero éstos existan.

¿Pero qué es un “consenso”? ¿Qué necesita para conformarse? ¿Cuál es su condición de posibilidad?

Si por consenso entendemos su definición semántica, del latín “consensus” declinación del verbo “consentiri” o sea según el diccionario de la Real Academia Española: “Acuerdo producido por consentimiento entre todos los miembros de un grupo o entre varios grupos” es necesario admitir que ese "acuerdo” refiere a “algo” y que previamente cada individuo que compone el grupo debe haber percibido ese “algo” y reflexionado acerca de él: debe haberlo interpretado. O sea que es condición de posibilidad, en primer término, una operación de producción de sentido llevada a cabo por cada individuo. Y luego, en la medida que el sentido atribuido por cada individuo coincide con el de los otros se establece ese “acuerdo”. Pero para que esta coincidencia suceda debe también partirse de presupuestos iguales. Estos son verdades previamente establecidas como tales, los verosímiles de la época, de lo contrario individuos distintos partiendo de presupuestos distintos llegaran, necesariamente, a interpretaciones distintas y el acuerdo, el consenso, no sería posible.

No estamos proponiendo una teoría epistemológica a lo Habermas que definía la verdad como consenso. Lo que queremos señalar es la existencia, en toda sociedad, en toda cultura, de paradigmas sobre los que se basan las operaciones de semiósis social que constituyen los grandes relatos interpretativos y la función de éstos en la producción de consensos.

Con el fin de la modernidad los paradigmas de la sociedad capitalista fueron puestos en duda primero y cancelados luego. Cancelados y sustituidos por el relativismo filosófico, el perspectivismo y el pluriculturalismo como nuevos paradigmas. El problema de éstos es que, al cancelar la noción de verdades fundamentales, al declarar la imposibilidad de establecer tales verdades, dejan al individuo, o mejor, a la conciencia del individuo, en un estado de incertidumbre continúa en la que sólo puede establecer nociones transitorias y coyunturales de verdad. La imagen quizás es la de alguien que atraviesa un río en proceso de deshielo: solo podrá, a cada paso, elegir el bloque de hielo que circunstancialmente le sirva para ese paso. Será su apoyo transitorio, su verdad válida para ese momento. Pero también, y esto quizás sea lo peor, se trata de un río sin orillas. Nunca le será posible una certeza final, está condenado a vagar sin rumbo sobre una sucesión de soportes transitorios todos idénticos en su caducidad y sin embargo dándole la ilusión de diferencia por su singularidad.

¿Qué subjetividad construye entonces la posmodernidad? La incertidumbre como paradigma, que es en ultima instancia lo que aquella propone (o nos impone), resulta casi una contradicción de términos y una subjetividad (y un sujeto) constituida sobre el es una subjetividad determinada casi exclusivamente por la coyuntura más cercana y más reciente y en consecuencia altamente variable, inestable, y diversa.

Considerado esto ahora a escala de un conjunto de individuos es obvio que el establecimiento de consensos será mucho mas difícil y también que éstos tendrán una duración más breve y serán menos abarcatívos. Los partidos políticos, como representación de los consensos no pueden, por definición, adaptarse con suficiente velocidad a esta alta variabilidad en la percepción social.

Estos, los partidos, necesitan, para constituirse, formular principios sobre los que se delimitan su identidad, una ideología y una particular explicación de la realidad que resulte representativa de la del consenso que se proponen representar. Variar estos principios equivale a variar su identidad y esto resultaría fatal para cualquier institución. Los medios de comunicación de masas no derivan ni su razón de ser ni su identidad de estos componentes. Su lógica está determinada por la adquisición de porciones de la audiencia con el propósito de incrementar el precio de sus espacios publicitarios. Ésto les da una flexibilidad para representar la demanda de grandes sectores que los partidos, atados a las determinantes que señalamos arriba, no poseen. Poseen entonces, en una situación de subjetividades en perpetua recomposición, el poder no sólo de representar estos consensos transitorios sino también de construir el representámen único, la categoría de síntesis, de esa demanda. Este es nuestro tercer presupuesto teórico.

Como se ve, no se trata de una crisis del sistema de partidos sino de un cambio en la subjetividad que, en su nueva modalidad, inviabiliza la democracia con base en los partidos y que tiene como consecuencia, entre otras, la constitución de representaciones transitorias sin contenido político formal, en tanto postulados generales permanentes, y altamente pragmáticos. Estos están, por lo mismo que decíamos en los párrafos anteriores, radicalmente vinculadas a hechos recientes que además, para ser constitutivos de estos consensos, deben estar presentes en el imaginario colectivo y poseer una altísima carga emocional por comprometer severamente algún nivel primario de la seguridad individual (incautación de ahorros, incremento de la inseguridad, desaparición masiva de personas, por ejemplo). Es obvio que no todos los hechos comprometen esta seguridad con la misma intensidad ni del mismo modo a todos los sujetos singulares, variará según su condición. Pero, en la medida que comprometa sectores mayores, producirá consensos mayores.

El caso Blumberg, más allá del debate sobre su signo ideológico, se inscribe en esta categoría. Se podría argumentar en contra que, si queremos encuadrarlo en el modelo de Badiou, deberíamos mostrar que “es algo que propone que vayamos hacia la igualdad. Al menos en un punto determinado”. En un primer análisis ésto no sería posible porque el discurso del Ing. contiene elementos altamente discriminatorios: habla claramente de “ellos” y “nosotros” refriéndose a “los delincuentes” y “los ciudadanos”. Visto en esta escala propone una visión discriminatoria de la sociedad. Pero, si se lee con atención la cita de Badiou, este dice (quizás a su pesar) “…Al menos en un punto”. Es verdad que seguramente se refiere a un “punto” del modelo de sociedad pero lo que también hay que distinguir es a qué le llaman “sociedad” los sujetos participantes de un acuerdo/consenso en particular.

En el público de las marchas la noción de “sociedad” estaba claramente delimitada a… ellos mismos y solamente a ellos mismo. La prueba de esto (se puede constatar en los videos de ambos discursos) es que toda diferenciación entre “ellos” y “nosotros” recibió una calurosa aprobación del público. Y en este sentido, al igualar el reclamo de un grupo heterogéneo tanto en nivel socio económico como etario (véanse los resultados de las tres encuestas que se adjuntan a este análisis) y también al igualarlos en tanto victimas (“Axel es el hijo de todos”) cumple con esta condición “Badouiana”, y que, aunque se trate de un fenómeno de derecha, como lo demuestran los tres estudios que se adjuntan, su publico/cliente es socio económicamente trasversal a todos los segmentos. Es decir, la “representación” llamada Blumberg recibe tanta adhesión de los sectores altos como medios y bajos.

La segunda pregunta es ¿Cuál/cuáles son los componentes epigenéticos de un tal “acontecimiento”, al decir de Badiou y cuál es el rol de los medios en la historia formativa del representamen de un tal “acontecimiento”.

De esto, del devenir de este “acontecimiento” llamado Caso Blumberg, trata este estudio.

 

II. DE SIGNIFICANTE VACIO A ESTEREOTIPO OPERATIVO

1. Estereotipo y el paradigma Cognitivista.

Consideraremos aquí como válida la definición de “cognición social” que ofrecen Leyens y Codol: “…conjunto de actividades a través de las cuales la información es procesada por el sistema psíquico; cómo se recibe, se selecciona, se transforma y se organiza la información: cómo se construyen representaciones de la realidad y cómo se crean conocimientos”.

En este sentido Leyens y Codol consideran que las dos funciones principales de la cognición social son ayudar al individuo a dominar y darle sentido al mundo, y facilitar la comunicación. Señalan que este proceso requiere de dos operaciones básicas: anclaje y objetivación. La noción de anclaje explicita la idea de que todo nuevo conocimiento debe ser referido, anclado, a un sistema preexistente; la noción de objetivación señala que éste es el mecanismo por el cual lo abstracto se transforma (siempre a la percepción del individuo) en concreto. La objetivación se realiza o bien por “personificación” o por “figuración”. La personificación es la articulación de un primer representámen referido a un objeto conceptual con otro representámen cuyo objeto es alguna persona (su representamen) asociada a ese concepto: complejos/Freud. La figuración, por su parte, es un proceso de sustitución analógica; por ejemplo la equiparación del la estructura Ello/Yo/Superyo con un edificio de tres pisos.

Sostienen, estos autores, que por estos mecanismos construimos categorías cognitivas dentro de las cuales agrupamos, con igual valor, distintos objetos, eventos, procesos o personas. Estos entes son incluidos o excluidos conforme posean los mismos atributos que configuran la categoría. A mayor atributos constitutivos de una categoría mayor poder descriptivo tendrá y también menor posibilidad de inclusión. Así en la categoría “Hombres” podremos incluir a todos los ejemplares masculinos de la especie. Pero si la categoría es “hombres rubios”, entonces deberemos excluir a aquellos que no posean el atributo “rubios”. Pero también las categorías cognitivas tienen, además de atributos denifinitorios que explicitan los rasgos que un caso debe confirmar para ser incluido en esa categoría, atributos asociativos que son asignados a todo caso incluido en la categoría sin la obligatoriedad de confirmarlos. Un ejemplo de ésto es la categoría española de “sudaca”: el atributo de pertenencia obligatorio es proceder de algún país de Sudamérica; los atributos asignados automáticamente a todo caso incluido en esa categoría son una serie de valores negativos en relación a la personalidad de todo individuo incluido en esa categoría. Estas categorías que son constituidas por muy pocos atributos y tienden a atribuir valores asociados no explicitados en la categoría misma son llamados “estereotipos”. Los estereotipos son categoría altamente sintéticas y amplias, muy poco flexibles y muy operativas; es decir permite su utilización en una variedad muy amplia de casos. Por ser fácilmente utilizable y por permitir un alto grado de previsibilidad son las categorías más comúnmente usadas por el público en general. Por ultimo, los estereotipos registran una variación muy limitada en cuanto a sus significados o valores atribuidos en relación a clase social, edad, género o nivel educativo; son, si se quiere, el tipo de categoría cognitiva de mayor alcance social. Ésto las convierte en las categorías más utilizadas por los mass media que deben producir discursos reconocibles por todo el espectro del público.

2. Significante vacío u objeto vacío: la relación representámen, objeto y cosa.

Sostiene la teoría Saussuriana que la relación entre significante y significado es “arbitraria” queriendo decir con ésto que no existe en la epigenética de esta relación una relación de causalidad que la justifique. Pero Émile Benveniste argumenta, con razón, que en la definición de Saussure: “ el signo lingüístico no une una cosa con su nombre sino un concepto y su imagen acústica”, se introduce un tercer termino, la cosa, que no estaba comprendido en la definición original y por este expediente la falsea. Concluye entonces que lo que es “arbitrario” no es la relación entre significante y significado sino la relación entre significante y la cosa. La relación entre significante y significado no es “arbitraria” sino “necesaria”, dice: el concepto y su imagen acústica han sido impresos en la conciencia en el mismo momento y se evocan mutuamente. “El espíritu”, concluye “no contiene formas vacías, conceptos innominados… … A la inversa, el espíritu no acoge más forma sonora que la que le sirve de soporte a una representación identificable para él…”.

¿Cómo pensar entonces un significante vacío? Dice Jacobo Kogan, comentado a Husserl: “ La mente establece entre las cosas relaciones que sólo están en la mente; pero estas relaciones no son arbitrarias, sino estructuraciones propias de inteligencia; son las categorías formales del pensar como las leyes lógicas y los conceptos primitivos aplicables a todo lo pensable, tales como objeto, relación, número, pluralidad, unidad, combinación, propiedad, situación objetiva, etcétera, que hacen posible la conexión del conocimiento objetivo, sobre todo teórico.” Pero estas significaciones universales no son sólo atribuibles a las formas lógicas sino también a aquellas que poseen un significado material como árbol u hombre. Así, propone que, por ejemplo, la forma mental de “árbol” remitirá a los rasgos constitutivos de “árbol” sólo a éstos, eliminando todo atributo coyuntural de la memoria de la experiencia “Árbol” y sólo dejando aquellos que, de suprimirse uno cualquiera dejaría de ser la forma mental “árbol”. “Un objeto individual no es meramente individual; un eso que esta allí, un objeto que sólo se da una vez, tiene, en cuanto constituido en sí mismo de tal o cual manera, su índole peculiar, su dosis de predicables esenciales, que necesitan convenirle.”

Esta forma intelectual que propone Husserl no es en rigor un significante vacío, como menciona el título de este punto, pero si acordamos con Benveniste debemos reconocer que aquí “cosa” y “significado” son la misma entidad y, en tanto forma y sólo forma, es una forma vacía, sólo referida a sí misma. El surgimiento de estas formas, que no son, a la manera platónica preexistentes, se produce como consecuencia de un proceso que Husserl llama “ideación” o intuición de las esencias. Pero estas formas no son, sostiene Husserl, un producto sujetivo relativo, sino que es independiente de la arbitrariedad del sujeto e independiente de los actos de pensar del sujeto; es una verdad en sí, algo que es por sí mismo una forma indestructible, una estructura trascendente al pensar efectivo de éste o aquel individuo, del aquí y del ahora.

Se puede, entonces, pensar una forma pura del miedo… o de la inseguridad. Basta con que el sujeto esté expuesto a suficientes representaciones de la experiencia del miedo para que el proceso de ideación que propone Husserl tenga lugar y la “forma pura del miedo” se constituya como una categoría representacional auto referenciada en tanto significado/cosa y su misma forma representacional es a la vez su objeto.

Nótese que decimos: “... que el sujeto este expuesto a suficientes representaciones”.

¿Como conjugar la noción cognitivista de “estereotipo” con la noción fenomenológica de “forma intelectual pura”?

Es evidente que no comparten el mismo status ontólogico pero es evidente también que ambas se constituyen como consecuencia de la relación sujeto/mundo y que sin la fenomenológica la cognitiva no podría constituirse. Esto último establece, necesariamente, un orden de precedencia, y también una relación universal/particular. Relación por la cual habrá que determinar también un singular.

Este singular sólo puede ser un caso empírico que deberá anclarse, como indican los cognitivitas y también objetivarse mediante una personalización o una figuración.

Así, y a modo de resumen de este punto, sostenemos que la cognición social, entendida como proceso interpretativo llevado a cabo por el conjunto de individuos procede mediante la constitución de categorías particulares que remiten, en tanto categorías, a un fundamento constituido por una forma pura universal de los atributos de esa categoría y que adquieren una potencialidad operativa singular, en el proceso de producción de sentido, cuando son objetivadas por asociación a un representámen de individuo que a su vez está previamente, en el sentido cognitivo, asociado al objeto fundamento de la categoría o por sustitución analógica de ese representámen con otro que remita a un objeto de similitud estructural.

3. Los discursos mediáticos y la construcción de categorías cognitivas.

Consideremos ahora tres niveles de análisis de los discursos mediáticos aplicados al caso Blumberg.

El primer nivel, siguiendo las categorías de análisis de la Teoría de los Indicadores Culturales, analiza el conjunto de estos discursos en dos dimensiones. La primera dimensión consiste en el análisis del sistema mismo en cuanto a las principales características y regularidades que la televisión atribuye a la sociedad. Esto es, las constantes descriptivas que los medios ofrecen del estado de la sociedad como una operación de selección, valoración y etiquetamiento. La segunda dimensión es lo que en esta teoría se llama “análisis de aculturación”. Esto es los efectos de profundidad en el imaginario colectivo que aquellas regularidades producen.

El segundo nivel son los tres momentos que organizan la percepción social de un fenómeno en tanto su existencia, sus rasgos constitutivos de identidad como fenómeno, su interpretación, y la atribución de éste a un representámen siguiendo lo explicitado en el punto 2 respecto de la construcción de categorías sociocognitivas.

El tercer nivel, siguiendo las nociones conocidas de “efecto de “priming” y de “efecto framing”

De acuerdo con la Teoría de los Indicadores Culturales aplicada a la visibilidad mediática de la criminalidad/victimizacion del hombre común, los discursos mediáticos previos al secuestro Axel Blumberg, durante el año 2003 instalan fuertemente tres interpretaciones básicas asociadas entre si: corrupción, inseguridad e ineficiencia de los políticos. Instalan además una fuerte relación entre las tres como integradas e integradoras del orden social real. El conjunto de estos discursos revelan regularidades y recurrencias de estas interpretaciones y producen un proceso de aculturalizacion correspondiente.

En el inicio del 2004 el público porteño se siente a merced de las mafias, ubica a éstas en su mayoría en algún área del sistema institucional y se considera incapaz de librarse de ellas. Estos datos están confirmados en la encuesta que incluimos como apéndice empírico aquí. En ese estudio: “percepción social de las mafias”, cuando al público se le pregunta si existen las mafias en la Argentina, el 94% reconoce que existen. Éstos, cuando se les pregunta a cuál mafia se refiere mencionan, en el 71% de las respuestas algún nivel del sistema institucional (el gobierno, los políticos, la policía, la justicia, las grandes empresas, etc.) sólo el 11% menciona alguna forma de criminalidad clásica (las drogas, los secuestros). El colectivo lee en el estado de la sociedad una situación de amenaza y desamparo.

No hay aquí, como insisten algunos analistas, todavía una construcción del “otro peligroso” en el sentido Foucaultiano. Existe ya la categoría universal, la forma pura de la noción de inseguridad pero la percepción de su particularidad y la atribución de su causalidad aún está dispersa entre muchas representaciones distintas contenidas en el imaginario colectivo. Éste es el primer momento de constitución categorías. Ésto se explica por la unicidad discursiva en tanto su recurrencia en los medios, o sea por el efecto priming y por la diversidad interpretativa que los medios hacen de estos fenómenos, o sea por el efecto framing.

En el segundo momento, durante los días que efectivamente estuvo secuestrado Axel Blumberg hasta la primera marcha, los medios focalizaron en el discurso el Ingeniero y éste, con una insistencia metódica asoció en su discurso la inseguridad representada en el secuestro de su hijo con la complicidad policial y la ineptitud de la dirigencia política. Construyo la categoría particular. Esto es, unificó aquello que estaba disperso en el imaginario colectivo en único representámen la dispersión simbólica que estaba instalada en la sociedad.

Pero ésta fue su única construcción discursiva y sólo sirvió para constituirlo a él como representámen síntesis de la demanda, diversamente simbolizada, del conjunto. O sea instaló una interpretación que excluyó y al mismo tiempo conservó las interpretaciones particulares de que cada medio hacia los fenómenos de corrupción, inseguridad e ineficiencia política. Produjo, si se quiere, un efecto framing propio.

Sin embargo este discurso solo sirvió para constituirlo a él, es decir a su persona, como la representación hegemónica. O sea se constituyó en la categoría singular. En la investigación de opinión pública realizada una semana después de la primera marcha el 68% de los consultados no pudo recordar una frase que hubiese dicho el ingeniero y cuando se les pidió que definieran uno defectos el 84% dijo que “no tenía ninguno”. Por otra parte, a la pregunta sobre su principal virtud, la inmensa dispersión de atribuciones también lo señala como categoría universal, como forma pura del reclamo social sin rasgo constitutivo central en la percepción de la mayoría a la cual cada uno puede asignarle la representación de su reclamo singular. Así, la representación llamada “Blumberg” constituida al mismo tiempo en singular y universal permite a cada individuo asignarle un sentido que sea coherente con su reclamo personal. Ésta es la condición central de un líder: producir cercanía emocional al mismo tiempo que distancia ideal.

Por último en este punto, se infiere la inutilidad de los análisis que se hacen sobre los contenidos discursivos del ingeniero para tratar de explicar la adhesión del público a su figura: como dijimos, el 84% no puede recordar una frase que él haya dicho. Esto se confirma en el tercer momento que analizamos más abajo.

El tercer momento, el tiempo transcurrido entre la conclusión de la primera marcha y la semana posterior al “affair” Bordon, los medios variaron su interpretación y también el grado de apoyo que le brindaron al ingeniero. Algunos fueron abiertamente críticos mientras que otros disminuyeron la cantidad de espacio otorgado a Blumberg.

En la encuesta realizada tras la segunda marcha, durante cuya convocatoria los medios aún operaron un alto grado de exposición a la convocatoria, las representaciones en el imaginario colectivo se mantuvieron casi iguales a los valores encontrados en la primera encuesta. El 64% no podía precisar una frase que hubiese dicho el ingeniero y el 85% continuaba sosteniendo que aquel no tenía defectos mientras que la dispersión de atributos positivos se acentuaba. También en esta medición el 84% del público considera que Blumberg no quería ser político mientras que en la anterior esta opinión la compartían el 83%; y a pesar de ésto en ambas, ante la hipótesis de que fuese candidato a diputado nacional el 40% y el 48% respectivamente decía estar dispuesto a votarlo.

Entre una marcha y otra el acto de confianza que significa el voto había aumentado en 20% entre una y otra medición. Queda constituida la representación definitiva: Blumberg es un sujeto político, en el sentido categórico: agente determinante en la continua constitución normativa de de la polis, no “un político” en el sentido de miembro de un partido político. Ha constituido un consenso que lo tiene a él como representante de la demanda. Y lo es en el sentido Baudiano, esta frente al estado, no se dirige al él. Su sustento ya es lo instalado en el imaginario colectivo, no lo simbolizado en los medios. Éstos tras los dichos respecto del caso Bordon comienzan a mostrarlo en una luz crítica. En gran medida recibe fuertes críticas.

Pero la tercera medición realizada una semana después de estos dichos confirma que Blumberg, aquel de los medios, ¡Blumberg! se ha constituido en “Blumberg” una representación hegemónica que funge de interpretante ya no de representámen. Solo el 54% recuerda sus dichos sobre Bordon a pesar de la inmensa presencia mediática que éstos tuvieron. Y solo el 9% del público admite que estos dichos le hicieron cambiar la opinión que tenían del ingeniero. Solo el 10% considera que “el Ingeniero dijo eso porque esa es su ideología” o porque “hizo una diferenciación por clase social”. El resto del público lo disculpa: “no lo quiso decir”, “lo sacaron de contexto”, etc.

Se produce también un cambio significativo en la percepción que el público tiene de él en relación a la política. El 24% dice, esta vez, que efectivamente, el ingeniero “quiere ser político” y su intención de voto hipotético cae a 37%. Y al mismo tiempo se incrementa ese atributo universal que mencionamos antes: el 75% no puede recordar ninguna de sus proposiciones. No interesa ya lo que diga, su capacidad de construir consenso es el mismo. Éste se ha consolidado en una porción menor del público pero aquí encuentra su piso, aun el 61% público no percibe en él ningún defecto y la dispersión de atributos positivos se acentúa aún más. Cada uno le atribuye aquello que necesita percibir; se ha constituido en el arquetipo del reclamo global del público: honestidad, seguridad, eficiencia. Es al mismo tiempo los tres niveles categoriales. Constituye la forma pura de la demanda, la representa en tanto caso particular y es el singular que la puede efectuar frente al estado. Es “Blumberg”.

En confirmación de esto, de esta independencia del liderazgo del ingeniero respecto de los discursos mediáticos, una cuarta medición realizada durante los tres días previos a la tercera marcha confirma la estabilidad de su adhesión así como la naturaleza de ésta. El 58% del público está de acuerdo con la convocatoria aunque sólo el 23% dice que ésta sirve para modificar la situación. O sea, no interesa la acción, interesa el actor en tanto éste representa la demanda. Por último, la percepción que el público tiene del Ingeniero respecto de la política se ha estabilizado. En este cuarto estudio el porcentaje de gente que cree que Blumberg quiere ser político continua igual que en la medición anterior: 24% y su intención de voto hipotético apenas se ha movido: 34%. Esto último es altamente significativo si se lo compara con la intención de voto que tienen otros referentes de Capital Federal, el candidato hipotético de centro izquierda alcanza el 22,5% y el de centro derecha mejor posicionado el 14,7%.

4. El rol de los medios, o una relación entre lo imaginario, lo simbólico y lo real.

Decíamos en la introducción que para la producción de un consenso es condición de posibilidad una semiósis compartida, o mejor dicho un proceso semiótico que parta de verosímiles similares para que la interpretación tenga validez colectiva. Pero, si como hemos señalado arriba, los medios son los principales constructores, tanto de las bases en el sentido de cultivos culturales, como de la legitimación de las interpretaciones, en el sentido de construcción de verosímiles y también de categorías cognitivas de aceptación general; son los medios entonces los que pueden constituir esos consensos y atribuirles un representámen.

El caso Blumberg es un ejemplo claro de ésto. Pero también, y quizás peligrosamente, es obvio que cuando este representámen es un sujeto empírico que puede adquirir cualidad de categoría universal sin dejar de ser caso singular, es decir sin perder autonomía, los medios, una vez que lo han constituido como estereotipo dejan ya no pueden controlarlo en tanto significante porque su validación ya no está en el espacio simbólico de los discursos mediáticos sino en el espacio imaginario de las representaciones colectivas, en el imaginario colectivo.

Así los medios, simbolizando lo real por medio de muchos discursos terminan por configurar una unidad representacional que los supera en tanto recupera su relación objeto/representámen sin necesidad de la representación mediática. Frankenstein se independiza y por más que los medios lo demonicen continúa ocupando el lugar en el que esos medios lo colocaron. En el caso de Blumber éste se ha convertido en “Blumberg”, el representante de la demanda y se mantiene allí aunque los medios digan que ¡Blumberg! ya no representa esa demanda social general sino sectores de clase con características totalitarias. Y en tanto interpretante, ya no representámen, “Blumberg” se convierte él mismo en un productor de sentido, un intérprete de la realidad social. En un estudio reciente el 47% del publico porteño asistiría a una marcha para pedirle al gobierno que reprima a los piqueteros si ésta es convocada por Blumberg. También, en una encuesta ya citada (11) el 68% del público porteño dice estar de acuerdo con bajar a 16 años la edad de imputabilidad, reclamo de Blumber mas mediatizado.

Mag. Raúl Aragón
Director del Programa de Estudios de Opinión Pública.
Universidad Abierta Interamericana.

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Fecha de publicación: 07/09/2004
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